Autora: Iza María Sánchez Siller, profesora de la Escuela de Humanidades e integrante del Comité Consultivo LGBTIQA+ del Tec.
Cada vez que llega junio, el famoso mes del orgullo, reaparecen preguntas como: “¿Por qué no existe un mes del orgullo heterosexual?” o “¿Cuál es la necesidad de hablar públicamente sobre la orientación sexual si es algo personal?” Casi siempre (ojo, dije casi) me tomo el tiempo de responder, porque creo en la importancia de explicar por qué seguimos luchando, recordando y exigiendo. Porque, aunque hemos ganado derechos, estos aún son limitados, y muchas personas los dan por sentados. Porque todavía faltan muchos más.
Estas palabras las escribo desde Marruecos, uno de los 67 países en el mundo donde las relaciones homosexuales siguen siendo criminalizadas. Esta realidad me recuerda con fuerza por qué es tan importante visibilizar nuestras existencias, y por qué debemos seguir ocupando con dignidad y orgullo los espacios sociales, políticos y educativos como personas que formamos parte de la diversidad sexual.
Desde siempre fui abierta respecto a mi orientación, aun sabiendo que podía enfrentar rechazo de personas cercanas. Pero fue cerca del 2014, viendo un programa estadounidense, cuando se abordó un caso de violencia extrema contra un estudiante de preparatoria. Y, siendo honesta, me impactó. Me asustó darme cuenta de que en este mundo ser diferente puede percibirse como algo tan malo que lleve a alguien a quitarle la vida a otra persona, o incluso a sí misma.
De acuerdo con The Trevor Project 2024, más de la mitad de las juventudes LGBTQ+ en México han considerado el suicidio en el último año. ¿Cuánto dolor y miedo debe existir en una persona para que no vivir parezca una mejor opción que ser quien es?
Fue entonces cuando entendí que mi visibilidad no se trataba solo de mí. Que hablar de quién soy no es una necesidad de gritarle al mundo entero sobre mí y mi vida personal, sino un acto de posicionamiento: un gesto para quienes se sienten solas, para quienes creen que no hay futuro posible siendo ellas mismas, para quienes aún dudan si existe un mañana más justo y feliz.
Mi marcha, los colores que porto con orgullo este mes —y en realidad, todo el año— no son una celebración superficial. Son una declaración de esperanza: para mostrarle a quienes vienen detrás que sí se puede vivir con plenitud, que sí es posible ser feliz siendo auténticamente uno mismo. Que existimos, resistimos y luchamos, juntas y juntos.
Caminar por los pasillos de la universidad con un pin en mi mochila y saber que tal vez alguien siente más seguridad por verme ahí, por saber que soy su profesora, le da un nuevo sentido a mi labor docente. Ya no soy solo quien enseña teoría: soy también esa persona que alguna vez sintió miedo, que enfrentó dudas, que sigue enfrentando algunas. Pero también soy alguien llena de logros, sueños y amor. Amo lo que hago, amo lo que vivo, y sobre todo, amo lo que soy.