Dolores Marroquín, profesora del Departamento de Lenguas del campus Monterrey, reflexiona sobre los bloqueos creativos que padecen hasta los mejores escritores
Por Dolores Marroquín - 29/03/2019

Columna 'Torre de Babel' | campus Monterrey

Es común que cuando se da clase de lenguaje y se pide a los alumnos que escriban algo que rete su creatividad, es decir, sin la posibilidad de usar algún dispositivo electrónico o libro, el salón se quede en silencio.

Los estudiantes comienzan a voltear a ver para todos lados, a su cuaderno y a ponerse nerviosos hasta que dicen que están batallando... ¡sin haber empezado siquiera!

Y claro, el desenterrar ideas de nuestra mente, discernirlas, traducirlas de imágenes abstractas a otras concretas, y de ahí escribirlas correctamente es el trabajo más difícil que existe, pues hasta para resolver un problema numérico se tiene que ejecutar esta función.

Esto me lleva a pensar en que escribir nos cuesta trabajo a todos, sin excepción, y decidirse a vivir de las palabras es un trabajo más que riesgoso también.

Lo anterior asimismo me recuerda a Mario Vargas Llosa, el escritor peruano nacionalizado español que nació un 28 de marzo de 1936, pero que un 24 de marzo de 1994 se convirtió en el primer iberoamericano en ocupar un sillón en la Real Academia Española de la Lengua en el siglo XX.

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Aquí cito el fragmento de uno de sus discursos más bellos, pronunciado al recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Salamanca, España:

Creo que lo que me ayudó a comprender esa necesidad de compromiso total con la literatura fue la enorme dificultad que tuve siempre para escribir. A mí no me ocurrió lo que a otros escritores [...].

Escribir el texto más pequeño y la historia más simple me costaba un esfuerzo considerable y me exigía escribir, reescribir, romper, rehacer, empezar muchas veces una historia hasta que tomaba una forma persuasiva.

Creo que esa inversión de esfuerzo y energía que estaba detrás de cada texto que escribía, me hizo intuir desde un principio que la única manera como yo podría llegar a ser escritor, sería si organizaba realmente mi vida en función de la literatura, y no como habían hecho otros escritores de mi país, que hacían de la literatura una actividad de domingos y de días feriados.

Es una decisión que tomé -me acuerdo muy claramente- en el año 1958".

Con esto en mente, quizá sea más fácil, o dé un pequeño consuelo, saber que si los escritores más sabios batallan tanto para escribir ¿por qué nosotros no?

 

Dolores Marroquín, Profesora del Departamento Regional de Lenguas.
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